Mis padres me llamaron Olga, porque tenían una amiga muy muy fea pero muy simpática. Esto fue lo que oí durante mi infancia.
Quizá pensaron que llamarme como ella facilitaría que me pasara por ósmosis sus virtudes…
Lo bonito es que valoraron lo que había dentro de ella y no su aspecto. Y ahora pasados ya muchos años, me doy cuenta de que ese concepto es el que aplica en mi vida. Para mí, nadie es guapo o feo, para mí el rostro es una caja de herramientas para el desarrollo personal.
Desde niña ya me apasionaban los rostros, recibía una información de ellos, desordenada, que no sabía dónde ponerla. Tuve una infancia muy abstracta.
Pasados los años la ordené, y descubrí que es insondable todo lo que un rostro es capaz de mostrar, que está a la vista de todos y que pocos leen.
Me diplomé en morfopsicología y de manera natural indexé a estos conocimientos que adquirí, todo el bagaje holístico del que me es imposible separarme.
Lo que yo hago no lo aprendí en ningún sitio, sólo tomé la base y comencé a comunicar desde mi centro lo que veía en un rostro. Lo llamé Estudio evolutivo del rostro
El rostro es nuestra identidad, es lo que más nos diferencia de otros. Todo lo que sucede en nuestra vida nos deja huella en la cara.
En él está reflejado consciente e inconsciente, nuestra esencia, nuestra herida, nuestra virtud…